Autónomos, eficientes, precisos y sin preguntas. Cualquiera podría decir que estas cualidades son sumamente artificiales, irreales, serias o demasiado formales. Sin embargo, son las características por las que los robots podrían quitarnos un puesto de trabajo dentro de 20 años.
La dirección que el mundo emprende con la tecnología deja claro que cada vez más empresas prefieren robots que personas. La automatización de los procesos de producción en cadenas de montaje o en trabajos mecánicos es cada vez más frecuente. Según cifras de la Federación Internacional de Robótica (IFR), para el año 2019 el número de robots industriales en el mundo se incrementará a unos 2.6 millones de unidades, un millón de unidades más que en 2015. El sector del automóvil, la electrónica, la metalurgia y la maquinaria industrial serán los que tengan más presencia de esta inteligencia artificial.
El auge de los robots, según informa la IFR, también se encontrará en el hogar. En efecto, nos podremos olvidar de limpiar el piso o de cortar el césped porque estas máquinas se incrementarán hasta suponer 31 millones entre 2016 y 2019.
Como es lógico, ya hay quien se pone las manos a la cabeza. Sea porque ven peligrar su trabajo o porque se imaginan que algo como Terminator o El Hombre Bicentenario podría suceder, lo cierto es que la amenaza del empleo está ahí.
Podemos estar tranquilos que hasta que nuestras sociedades se parezcan a los escenarios descritos en esas películas, aún faltan décadas. Así que, de momento, la tecnología se centra en el beneficio de las personas; en hacernos sentir más cómodos, más conectados y más globalizados. El espectáculo de neón y los coches inteligentes que hemos podido ver en el Mobile World Congress de este año son buena muestra de ello. ¿Desde este punto de vista podríamos rechazar a la tecnología?
Ambas perspectivas, pues, defienden una posición en contra y a favor del avance tecnológico en nuestra sociedad. Ambas son legítimas. Pero quizás cabría destacar que, en un mundo tan interconectado, a veces nos falte algo que ni el mejor móvil del mundo nos puede proporcionar.
La empatía, la alegría, la tristeza, el cinismo, la honestidad…son particularidades surgidas de relaciones humanas; interacciones fruto de una conversación, de una amistad o de una reunión de trabajo. Son (o eran) relaciones auténticas, de amor u odio; relaciones donde llorar o reír era lógico y natural. Desafortunadamente, con las innovaciones de los últimos tiempos, con la automatización de las empresas y con la adicción a los gadgets, parece que éstas particularidades se den menos entre humanos y aparezcan entre personas y máquinas.
Además, se diluye una cualidad muy humana: apreciar belleza, es decir, la capacidad para dar y recibir felicidad.
El humanista de Silicon Valley, Tim Leberecht, expuso en una charla TED celebrada el junio pasado, que ante ésta “segunda era de las máquinas” las personas y las empresas debían cooperar unidas para crear belleza; dejar a un lado los aspectos artificiales y apreciar lo humano, lo natural y lo sorprendente. En otras palabras, la época del Big Data no debería provocar que se pierda importancia al sentido emocional y social de un día de trabajo.
La pregunta está en cómo dejar de depender de las máquinas y, en su lugar, apostar por lo meramente humano, de manera que se aprecie esa soñada “belleza”. Leberecht propone cuatro pautas:
1. La belleza puede surgir de acciones llegadas de la nada. Lo sorprendente y genuinamente honesto es capaz de crear felicidad y, por tanto, belleza en cualquier empresa.
2. Valorar las relaciones y lazos de amistad que se puedan crear en cualquier ambiente laboral. A menudo no se valoran como tal y realmente forman parte de una pieza muy importante como es el amor hacia otra persona. Es bello cuando alguien siente que está integrado.
3. Valorar lo que es “feo”. Leberach utiliza éste término para referirse, no como algo antónimo de bello, sino a las acciones que llegan hasta la médula de una organización y la ayudan a prosperar. No se buscan palabras bonitas ni un lenguaje amable; es necesario hacer preguntas, aceptar que nadie es perfecto y explorar los rincones más profundos para crear sinergias y belleza entre los miembros de un grupo.
4. Permanecer incompleto. Las “organizaciones hermosas”, como las denomina Leberach, son las que se hacen preguntas, persisten imperfectas, sus resultados son inciertos, misteriosas; todo eso les confiere belleza, porque se alejan de la banalidad.
A juicio del humanista, éstas pautas son solo principios que ha de establecer la base de una auténtica “revolución humana”; han de abanderar un cambio hacia el “humanismo radical”, de manera que un trabajador no se sienta como un alien en una sociedad infestada de máquinas.
Con todo, ante la incerteza de un mundo donde la lucha por un trabajo ya no será competir por quien tiene el mejor currículo, sino demostrar que uno posee más capacidades que un robot, no queda otra que explorar el campo al que una máquina nunca podrá acceder: la belleza del ser humano. Con ello, quizás no solo se cree un mundo más bello; también puede representar una oportunidad para descubrir otras capacidades intrínsecas y que todavía no conocemos.