Cuando un niño nace, siempre decimos que tiene los ojos del padre, o la nariz de la madre, que su pelo es más como la familia de ella, y sus pies como la de él. Rasgos que poco a poco florecen cuando este niño se va haciendo mayor, señales que se derivan tanto de la familia materna o paterna e incluso aquellas con las que desafortunadamente tendrá que aprender a convivir durante el resto de su vida. Cuando éste se va haciendo mayor toma conciencia de su cuerpo, de sus características, de ese “ojalá fuese más alto o con el pelo de este modo”. Este es nuestro ADN. Todo lo que somos, nuestro alfabeto genético, lo que nos define como seres humanos e hijos de nuestros padres. Algo impensable de modificar; hasta ahora.
El avance científico siempre ha sido unos de los grandes temas por lo que se mueve el siglo XXI. Mejorar, innovar y sobre todo descubrir tratamientos o curas de enfermedades es y será la prioridad número 1 del conocimiento científico. Es así que ante cualquier progreso, por pequeño que sea, la consideración que se le da es máxima por todo lo que representa.
Sin embargo, a la vez que se elógia ese adelanto, otras consecuencias tienen que ser puestas sobre la mesa. Tal y como expone Jennifer Doudna en su charla TED “We can now edit our DNA. But let’s do it wisely“, es importante considerar tanto las consecuencias no deseadas, así como los impactos previstos de un avance científico.
Unos podrán decir que se trata de ciencia ficción; que no está a nuestro alcance el poder cambiar el ADN de una persona y que todavía no es posible afirmar que podemos “diseñar humanos“. Pero el hecho es que sí. Ciertamente, la aplicación científica de la tecnología que va a permitir este logro estará disponible en humanos en los próximos 10 años. El llamado CRISPR-Cas9 proporcionará a los científicos hacer cambios en el ADN en células que nos permitan curar enfermedades genéticas. Experimentos actuales en animales como ratones y simios ya lo confirman, y los resultados se alejan de las películas de ciencia ficción.
Una tecnología que por muy nueva que parezca pertenece a un campo bastamente explorado. Concretamente, desde la década de los 70’s se han ido desarrollando pequeñas porciones de la ingeniería del genoma hasta dar con copias de ADN, manipulación o secuenciación del mismo. La novedad ahora radica en el atractivo, en la certeza que no es una tecnología difícil ni inaccesible; en que las pruebas demuestran su eficacia y que en conjunto es mucho más simple que sus antecesoras.
El progreso que se ha hecho desde los primeros experimentos con animales demuestra la fuerza con la que avanza esta tecnología en la rama científica de la genética. Un avance que de una forma u otra genera y está haciendo brotar cuestiones éticas. Estas dos visiones entre avanzar o pararse a pensar parecen estar dividiendo la comunidad científica. En su caso, Doudna se posiciona entre las dos corrientes; entre aquellos que ven este desarrollo más como una oportunidad y entre los que consideran que no podemos seguir adelante sin discutir todas y cada una de las consecuencias, de los peligros que aguarda el CRISPR-Cas9, de la prudencia con la que debemos actuar.
Pero, ¿para qué concretamente se va a usar esta tecnología en humanos? ¿Cuál es la aplicación práctica que debemos recoger de la llamada “manipulación genética”?
Es posible que se piense en curar perturbaciones fruto de haber heredado los mismos genes que nuestros progenitores. Como ya hemos mencionado, la cura de enfermedades está siempre en el punto de mira de los científicos. La diferencia con esta tecnología reside – tal y como expone Doudna – en la mejoría; en considerar el CRISPR para “diseñar” humanos mejorando propiedades, tales como huesos más fuertes, disminuir la susceptibilidad a una enfermedad cardiovascular o incluso la mejora de propiedades que podríamos llamar “deseadas”, como ser más alto, o tener un color de ojos distinto.
Cuestionarnos los límites del campo genético podría ser visto como una intención de detener el avance por el que transcurre la ciencia en el siglo XXI. Por otro lado, proseguir después de lo expuesto sin un mínimo de cautela tampoco debería ser aceptado.
Es en este punto que la pelota ya no está en el tejado ni de los científicos ni de los gobiernos, sino en el de la sociedad en general. Qué futuro nos augura depende de cómo reaccionemos ante estas circunstancias que aquí se nos presentan. Porque algunos lo podrán llamar “jugar a ser dios”, pero de hecho ya lo somos. Los médicos están obligados a serlo todos los días tan pronto como interfieren en el curso natural de los acontecimientos con el fin de mejorar las vidas humanas. Ya sea con un trasplante de un corazón que sufría una anomalía como dando a luz a un bebé por cesárea. La esencia de la medicina se basa en corregir esos errores naturales, aunque en este caso sea para diseñar para “mejorar” o diseñar para “obtener lo deseado”.
Ante esta velocidad vertiginosa a la que nos exponemos y a la que se está exponiendo la ciencia con estos avances, deberíamos considerar, quizás, una cierta moratoria; una actitud de pausa, de pensar en los hechos que se acontecen y en los que están por venir en el campo genético. Doudna así lo reclama en lo que ella llama una pausa global en cualquier aplicación del CRISPR en humanos.
Sin lugar a dudas, las consecuencias que se derivarían de este progreso sin el uso responsable de esta nueva tecnología – y así se transmite des de los medios – son que sobrepasaríamos la barrera natural del “jugar a ser dios” y entraríamos en una dimensión aparentemente sin límites. Como una película de ciencia ficción pero bien cercana a la realidad. Un límite hasta ahora inexpugnable que está en el punto de mira así como en qué medida la comunidad científica será capaz de consensuar, junto con gobiernos y la sociedad en general el hecho de – ahora sí – “diseñar” a un ser humano.